2017/12/11

El argumento de Asofondos

Recomiendo leer el discurso de Santiago Montenegro en la clausura del pasado congreso de Asofondos para entender lo que quieren, o por lo menos lo que le dicen a ciertas audiencias acerca de lo que quieren.

http://asofondos.org.co/sites/default/files/Discurso%20de%20Santiago%20Montenegro%20Clausura.pdf.

En azul señalo unos elementos de diagnóstico puntual, y en vinotinto las propuestas específicas que hace.


Discurso de Santiago Montenegro, presidente de Asofondos, en el X Congreso FIAP-ASOFONDOS Hotel Hilton, Cartagena de Indias, viernes 21 de abril de 2017 


Señor presidente de la república, doctor Juan Manuel Santos 
Señor Ministro de Hacienda, Mauricio Cárdenas 
Don Guillermo Arthur, presidente de la FIAP 
Señores miembros del Consejo Directivo de Asofondos 
Señores presidentes de las AFP de Chile, Perú y México 

Estimado señor presidente: 

Quiero, en primer lugar, agradecer a Usted su presencia en nuestro décimo Congreso FIAP-Asofondos. Como en anteriores ocasiones, Usted nos honra con su presencia. 

Nos reunimos, señor presidente, en una época en la cual el mundo y la región enfrentan innumerables problemas, y en donde muchos columnistas, analistas políticos, académicos y personas del común ven solo sombras, crisis, problemas insolubles. Por estas razones, algunos dicen que esta no es una época de cambios, sino un cambio de época. Cambio, ¿hacia qué? Cambio, ¿hacia donde? Por supuesto, nadie sabe. Porque, entre otras cosas, para saber hacia adonde nos dirigimos, tenemos que conocer, no sólo donde estamos, sino de donde venimos. Es decir, tenemos que contar con buenos diagnósticos del presente y también conocer muy bien nuestra historia, el mundo del ayer, el país que nos dejaron nuestros mayores. 

Pero, aún suponiendo, que nos ponemos de acuerdo en los diagnósticos de los problemas y en una narrativa histórica y nos apoyamos en la ciencia y en la razón, mucho dependerá de la actitud que adoptemos. Está, por ejemplo, la actitud de los cínicos, de los que creen que el mundo y la sociedad están ya tan descompuestos y corruptos que es imposible solucionar los problemas, que cualquier cosa que hagamos es inútil, que solo construimos en el aire y aramos en el mar. 

Por otro lado, están los que creen y argumentan que problemas como la corrupción, la baja calidad de la educación o los problemas de la seguridad social, son síntomas de un problema mas general, de fondo, que aqueja a toda la sociedad, y, en este orden de ideas, proponen un cambio absoluto, para arreglar, de una vez y para siempre, todos los problemas de la sociedad y lograr, por que no, la felicidad de cada uno de sus miembros. Estos son los amigos de lo que llaman el cambio estructural o la revolución, ya sea de izquierda o de derecha, y que comienzan, casi siempre, proponiendo la redacción de una nueva Constitución. 

Frente a estas, existe la actitud de quienes piensan -pensamos- que, no solo es posible solucionar problemas parciales y avanzar con gradualidad, sino que ésta es la única manera de construir sobre lo logrado, es la actitud que acepta que nadie tiene la verdad revelada, es la actitud que reconoce la diferencia, que busca alcanzar acuerdos entre contrarios, es la actitud que se plasma en un contrato social que propone y acepta que el poder debe ser limitado, tanto en el espacio como en el tiempo, donde existe separación de poderes, donde es posible cambiar a los gobernantes en forma pacífica y en donde, más que de personas, los gobiernos son de instituciones. Es el contrato social de la sociedad abierta, el contrato social de la democracia liberal, de los gobiernos democráticos y republicanos. Por supuesto, las sociedades así constituidas y gobernadas, como la nuestra, también caen, muchas veces, en la desesperanza y en el pesimismo. No es la primera vez que esto sucede, pues, como Chesterton argumentó hace muchos años, los países democráticos de occidente recurrentemente también padecen del “espíritu infantil del pesimismo moderno, en donde cada derrota es el fin del mundo, cada nube el crepúsculo de los dioses.” 


En una época así, en la que tantos analistas e intelectuales parecen vislumbrar el apocalipsis, con modestia, pero con decisión, nosotros queremos manifestar enfáticamente, que nuestros problemas tienen solución, que los más y no los menos, tenemos buena voluntad, que la gran mayoría de los colombianos, incluyendo a empresarios, empleados, funcionarios públicos y políticos, somos honestos y trabajadores. Por estas razones, recordando a uno de los grandes pensadores italianos, afirmamos que “al pesimismo de la inteligencia tenemos que responder con el optimismo de la voluntad.” 

Así, en el día de hoy, queremos reiterar nuestra voluntad y nuestra invitación a que, entre todos, unamos esfuerzos para resolver los problemas de la seguridad social en la vejez de los colombianos del presente y, especialmente, de los que vendrán después. Los obstáculos no son menores, las soluciones no son fáciles, pero Colombia no puede posponer indefinidamente una solución a un sistema pensional que tiene baja cobertura, y, en su componente público, serios problemas de sostenibilidad e inequidad. 

En este Congreso FIAP-ASOFONDOS hemos hecho un énfasis especial y realizado un análisis cuidadoso de dos variables críticas que determinan y limitan las soluciones posibles para proveer un adecuado seguro contra los riesgos de la vejez: la transición demográfica y las condiciones de nuestro mercado laboral. Con base en estudios serios y en cifras objetivas, es importante analizar estas variables, sin olvidar que siempre debemos centrarnos en como damos más y mejores pensiones con un sistema que sea sostenible en el tiempo. Este es el enfoque correcto y difiere de las reformas que se hicieron, por ejemplo, en Argentina, en donde la prioridad fue generar caja para mejorar las cuentas fiscales del gobierno, o en otros países de la región, en donde el objetivo parece ser, no mejorar el sistema pensional, sino cambiar la administración del sistema. 

El primer esquema formal para cubrir el riesgo de la vejez, diferente al cuidado de los hijos y otros familiares, comenzó, hasta donde conocemos, en Escocia, en el año de 1744. Allí, dos pastores protestantes, Alexander Webster y Robert Wallace, decidieron establecer un fondo de seguro de vida para proporcionar pensiones a las viudas y huérfanos de pastores muertos. Propusieron que cada uno de los pastores aportara una porción de sus salarios al fondo, que invertiría su dinero, de forma que, si un pastor moría, su viuda recibiría los dividendos de los intereses del fondo, lo que le permitiría vivir confortablemente el resto de su vida. Para predecir cuantos pastores morían por año, cuantas viudas y huérfanos dejarían y cuantos años sobrevivirían las viudas a sus maridos, contactaron a un profesor de matemáticas de la Universidad de Edimburgo,  Colin Maclaurin, quien utilizó los descubrimientos, entonces recientes, de la ley de los grandes números de Jakob Bernoulli y las tablas actuariales, publicadas 50 años antes, por Edmond Halley. Así, estos contemporáneos de los grandes intelectuales de la ilustración escocesa, como Adam Smith, David Hume, Samuel Johnson, crearon el primer sistema pensional conocido en el mundo y que se caracterizó, primero, por ser de capitalización y de cuentas individuales, en donde la pensión era proporcional a lo que cada afiliado había cotizado, y, segundo, por establecer una clara conexión, a nivel individual, entre esfuerzos, responsabilidades y beneficios. El fondo se llamó Viudas Escocesas, fue un éxito inmediato, existe hasta la actualidad, y es abierto a quien quiera aportar. Hoy en día es uno de los mayores fondos de pensiones y seguros del mundo, con activos superiores a los 100 mil millones de libras esterlinas. 

Casi un siglo y medio después, en 1881, el Conde Otto von Bismarck creó en Alemania un sistema de pensiones bajo una concepción diferente, el llamado sistema de reparto, o de Prima Media, como lo llamamos en Colombia. En este sistema, que, a diferencia del escocés, fue estatal, los trabajadores actuales financian con sus contribuciones, las pensiones de los jubilados del presente, por lo cual separa, a nivel individual, la conexión entre contribuciones y pensiones y entre esfuerzos y beneficios. 

A diferencia de la capitalización individual, que se limitó a Escocia y a otros lugares puntuales, el modelo que primó en el mundo durante mucho tiempo fue este sistema creado por Bismarck. Entre otras razones, porque proporcionó enormes recursos a los Estados en razón a las condiciones demográficas que perduraron durante muchos decenios. En el caso de Alemania, cuando Bismarck creo su sistema, el derecho a la pensión se obtenía a los 65 años, 6 cuando la esperanza de vida al nacer era de tan solo 45 años, lo que proporcionó enormes recursos al naciente estado alemán para expandir su poderío político y económico. Lo que hace tantos fue una fuente de recursos para los Estados, hoy en día es uno de los mayores dolores de cabeza en varios países del mundo. Las condiciones de estos sistemas de reparto comenzaron a cambiar cuando comenzó a crecer la esperanza de vida al nacer, por cuenta de la invención de los antibióticos y otros adelantos médicos, y también como resultado de la drástica caída en la tasa de fertilidad, cuando en forma masiva las mujeres comenzaron a estudiar y a vincularse al mercado laboral. 

Por estas razones, muchas personas centran sus argumentos sobre la viabilidad o pertinencia de un régimen pensional exclusivamente en las variables demográficas. Se dice, por ejemplo, “nuestra población es aún joven,” para justificar que no es tan urgente introducir reformas al sistema pensional. Una de las conclusiones más importantes de este Congreso ha sido plantear que, tan importante como la transición demográfica, las condiciones del mercado laboral son determinantes para la viabilidad de los sistemas pensionales. 

A comienzos del siglo XX, nuestra población era de apenas cinco millones de habitantes, hoy es de 47 millones; la gran mayoría vivía en el campo, hoy está en las ciudades; a mediados del siglo pasado, una mujer tenía en promedio siete hijos, hoy tiene solo dos; hace un siglo, la esperanza de vida al nacer era de unos 43 años, a mediados de siglo subió a 50 años, hoy está en unos 73 años, y, según, los escenarios medios construidos por las Naciones Unidas, se espera que hacia mediados del siglo XXI, esta cifra alcance los 82 años; hacia 1950, la esperanza de vida de quienes alcanzaban los sesenta años de edad era de unos cinco años, hoy es de unos 21 años y, hacia el año 2050 se espera que alcance los 26 años. 7 Una forma de expresar estos cambios es con un simple número que muestra la relación entre el número de trabajadores económicamente activos y la población en edad de retiro laboral, la cual definimos a los 65 años, utilizando la convención que usa las Naciones Unidas. 

Usando este indicador, hacia mediados del siglo XX, Colombia era realmente un país joven, que se expresaba en una relación de más de 11 trabajadores activos por cada adulto mayor. Suponiendo que los 11 trabajadores cotizaban a la seguridad social, había plata más que suficiente para pagar las pensiones de los jubilados. 

Hoy en día, dicha relación ya no es de 11, sino de solo 6.7 trabajadores activos por cada adulto mayor. En teoría, con esta relación, nuestra demografía permitiría que un régimen de reparto esté en equilibrio, pero no por mucho tiempo, porque esta tasa caerá a 4 en 2030 y a tan solo 2 hacia 2060. Dado que el régimen de reparto no tiene excedentes, entonces, solo por cuenta de la demografía, actuarialmente ya está en desequilibrio y enfrenta un enorme pasivo pensional. Es decir, no es viable un régimen que, por definición, plantea que cada vez menos jóvenes financien las pensiones de cada vez mas viejos. Estrictamente hablando, eso es lo que se conoce como una pirámide financiera. Por estas razones, un régimen así no debe ser conocido como de solidaridad intergeneracional, porque, mientras los jóvenes del hoy son solidarios con los adultos de hoy, cuando esos jóvenes de hoy sean los viejos de mañana, no habrá suficientes jóvenes para pagarles sus pensiones. 

Y, para ser muy preciso, quiero enfatizar que estas cifras se calculan suponiendo que no existiesen, ni los regímenes especiales, como los de los maestros o de las fuerzas armadas ni el régimen de ahorro individual. Por lo tanto, estamos asumiendo que todos los trabajadores activos solo cotizan al régimen de prima media. Así, no se puede culpar a la existencia del RAIS de los problemas de sostenibilidad del régimen de prima media. 


Se podría también argumentar que, quizá, dichos desequilibrios futuros podrían cubrirse elevando las cotizaciones, reduciendo el monto de las pensiones, incrementando la edad de jubilación, o con una combinación de las anteriores. En este Congreso, hemos analizado que dichos ajustes paramétricos serían tan grandes que, simplemente, son irrealizables. Ante las dificultades políticas de introducir estas medidas, que, además, son altamente impopulares, o ante las dificultades jurídicas, porque exigen en muchos casos vulnerar derechos adquiridos, otros analistas sugieren que los déficits se podrían cubrir con impuestos y otros traslados presupuestales. En realidad, impensable en un país con las dificultades fiscales, como Colombia. Todo el cuadro anterior se agrava por nuestra informalidad laboral que también afecta críticamente la viabilidad de los regímenes de reparto. 

En Colombia, tenemos unos 24 millones de personas económicamente activas, de las cuales 22 tienen una ocupación y otros 2 millones están desempleados. De estos 24 millones de activos, solo 8,4 millones están cotizando a pensiones (a los dos regímenes) lo que implica que la informalidad, definida como los trabajadores que no cotizaron a pensiones en el último mes, sea de un 65 por 9 ciento de la población económicamente activa. Si trasladamos estas cifras a nuestra relación de trabajadores activos a adultos mayores, encontramos que, en lugar de 6.7, solo tenemos dos. Para ser más preciso, en Colombia solo tenemos dos trabajadores cotizando a pensiones por cada adulto mayor de 65 años. 

Esta es la relación que tiene un país de población muy envejecida, como Japón, y es la tasa que, teniendo en cuenta solo la transición demográfica, deberíamos alcanzar hacia el año 2060. 

Es como si la informalidad nos envejeciera prematuramente, pero no con el ingreso per cápita de un país rico, como Japón US$ 40 mil sino con el magro ingreso per cápita que tenemos en la actualidad, que es de unos US$ 8 mil. 

Señor presidente, señoras y señores: 

Las implicaciones de estas cifras que acabo de mencionar son cruciales para la seguridad social de Colombia, porque de ellas se extraen varias conclusiones: 

Primero, un régimen de reparto puro no es viable con la transición demográfica y la informalidad laboral de Colombia; 

Segundo, dicha inviabilidad es estructural, no depende de los regímenes especiales, que, por supuesto agravan la situación de caja de prima media, ni tampoco de la existencia del régimen de ahorro individual. El déficit pensional alcanza este año $38 billones, lo que equivale a más de un 4% del PIB y un tercio de los recaudos de impuestos del gobierno; 

Tercero, más grave que de la situación de caja, del déficit actual, es el valor presente de los déficits futuros, o sea el pasivo pensional del régimen público, que alcanza un 111% del PIB, según el ministerio de hacienda. 

Cuarto, aun subiendo la edad de jubilación, incrementando el monto de las cotizaciones o reduciendo drásticamente los montos de las jubilaciones, el régimen es insostenible. Por ejemplo, aun suponiendo que elimináramos la informalidad y que cotizara al régimen de reparto toda la población económicamente activa, que hoy son 24 millones, habría que subir la tasa de cotización a un 37%, en 2050. Si se mantuviese el porcentaje de informalidad actual, la cotización sería del 105% del salario hacia el mismo año. 

Quinto, además de sus insostenibilidad fiscal, estudios académicos y documentos del Ministerio de Trabajo y del DNP demuestran que el régimen de prima media es altamente inequitativo, con subsidios que se concentran mayormente en el quintil más alto de ingresos y una mínima parte en los más bajos salarios.  

En este orden de ideas y recogiendo las experiencias y lecciones que nos enseña nuestra historia y la de otros países, quiero, respetuosamente plantear ahora unos principios generales que podrían guiar una reforma pensional en nuestro país. 

En primer lugar, la discusión debe centrarse en como diseñamos un sistema pensional que incremente la cobertura pensional, que sea equitativo y sostenible en el tiempo. Quiero insistir en que la discusión no puede centrarse en quien administra el sistema. Al final del día, se verá que, como en otros países, la administración del sistema pensional deberá ser compartida entre administradores públicos y privados. En este sentido, queremos enfatizar que nunca hemos argumentado el cierre de la administradora pública, Colpensiones, como nos acusan algunos. 

Segundo, Colombia debería tener un solo sistema pensional, con diferentes pilares, y, por lo tanto, tenemos que acabar la coexistencia de dos regímenes contributivos que, en lugar de complementarse, compiten uno con otro y dan lugar a arbitrajes que favorecen a los sectores de más altos ingresos. 

Tercero, con base en las condiciones demográficas y laborales, las pensiones deben ser proporcionales a lo que cada trabajador ha cotizado durante su vida laboral. Esto implica el fin del llamado beneficio definido y el paso a un sistema de cuentas individuales. El actual gobierno dio un paso muy importante en esa dirección al decidir que el nuevo esquema para los riesgos de la vejez de la población de bajos ingresos, los BEPS, sea un régimen de cuentas individuales. Esta es la política que han adoptado los países con mejor seguridad social del 12 mundo, como Dinamarca, Australia o Suecia. En forma semejante, países que mantienen el sistema de reparto, como Alemania, en la práctica han eliminado el beneficio definido al ajustar los montos de las pensiones con la disponibilidad de los recursos. 

[el cuarto punto se refundió!]

Quinto, el régimen contributivo de cuentas individuales debería ser de capitalización, por dos razones. En primer lugar, porque Colombia tiene una baja tasa de ahorro, que se sitúa tan solo en un 19% del PIB. En países con altísimas tasas de ahorro, como Suecia o China, el premio Nobel de economía, Peter Diamond, argumenta que las cotizaciones no requieren ser ahorradas y pueden legítimamente financiar las pensiones de los jubilados actuales. En segundo lugar, la capitalización se justifica para proveer una mayor devolución de saldos a quienes no alcanzan a jubilarse, y así obtener un BEP de mayor valor, acabando la penalización de los afiliados al régimen de prima media, a quienes se les devuelve sus cotizaciones ajustadas solo por la inflación. 

Sexto, debe existir un pilar solidario no contributivo, para los colombianos con discapacidad y para los de muy bajos ingresos, financiado con el presupuesto nacional que, idealmente, debería cubrir la línea de pobreza extrema. El actual programa Colombia Mayor es ya una base sólida sobre la cual cimentar dicho pilar solidario. 

Séptimo, la reforma pensional deberá respetar los derechos adquiridos de los actuales pensionados y las expectativas legítimas de quienes están próximos a jubilarse, lo que implicará, necesariamente, una nueva transición a partir del momento de su entrada en vigencia. 

Octavo, Colombia necesita con urgencia una política para reducir drásticamente la informalidad laboral y, por eso, seguiremos insistiendo en que la mejor reforma pensional deberá ir acompañada de una reforma laboral que permita cotizar a muchos más colombianos a la seguridad social. Con solo ajuste paramétricos, será imposible incrementar la cobertura pensional más allá del 25%, que logra el RAIS, en parte con el Fondo de Garantía de Pensión Mínima, mientras la cobertura esperada de prima media es de tan solo un 10%. 

Noveno, la política de seguridad social en pensiones y en salud tiene que estar atenta a los cambios que la globalización, las tecnologías de la información y la robotización están ocasionando en los mercados laborales de todo el mundo. Debemos prestar particular atención, a los comportamientos y actitudes de los llamados Millennials, quienes son independientes, migran constantemente de un trabajo a otro, sin prestar mucha atención a su futuro. Estos grupos poblacionales deberán ser particularmente conscientes del principio que, en el siglo XVIII, introdujeron los sacerdotes presbiterianos que crearon el primer sistema pensional, en el sentido de que, a nivel individual el goce de un beneficio debe estar atado a la responsabilidad de un ahorro a lo largo de la vida laboral. 

Señor presidente, señoras y señores: 

Al reiterarle nuestra gratitud por su presencia en este décimo Congreso FIAPASOFONDOS, queremos insistir en nuestra voluntad para ayudar a mejorar el sistema de seguridad social en pensiones, con un espíritu en donde prime el debate sereno, se reconozca la diferencia, se discuta con base en estudios y en cifras sustentadas, se recojan los aportes de los mejores académicos del país y del exterior, y se dejen a un lado las preconcepciones, la ideología, la politiquería y el ataque personal. 

En este y en tantos otros temas, los colombianos tenemos que lograr acuerdos y dejar atrás la polarización y la crispación que tanto daño nos han ocasionado. Debemos adoptar la mirada del observador imparcial, que sugirió Amartya Sen en su libro sobre la justicia, un observador que ve desde la distancia, no solo el presente inmediato sino también el plazo largo. Ese observador imparcial constatará que nuestro país ha progresado en todos los órdenes. Ese observador imparcial certificará que ese progreso material no hubiese sido posible sin un conjunto de entidades públicas y privadas que han resistido a la violencia, al narcotráfico, a la intolerancia, en un país con una geografía indómita, y en una región de innumerables gobiernos populistas, cuando no de dictadores y caudillos. Ese observador imparcial anotará que, desde los albores de la república, hemos tenido unas instituciones republicanas, con gobiernos civilistas, que llegaron al poder por medio de procesos electorales y que hicieron un uso limitado del poder. 

Con no pocas dificultades, fuimos capaces de construir un contrato social que acepta que el poder debe tener límites en el espacio y el tiempo, que los gobiernos se cambian por métodos pacíficos y por reglas preestablecidas, que nadie puede ser sancionado por sus ideas y que la economía privada funciona con base en la confianza de normas estables y predecibles. Ese observador imparcial quizá nos diga que ese contrato social está bien sustentado, pero que podemos mejorarlo aún más si recordamos la visión de Edmund Burke en sus Reflexiones sobre la Revolución en Francia. Porque Burke, en este libro inigualable, reconoció que la sociedad es, efectivamente, un contrato, pero no solo es un contrato entre los que están vivos; es también un contrato entre los vivos y los que ya están muertos, pero, sobre todo, es un contrato entre los vivos y los que todavía no han nacido. 

Cuando reflexionamos sobre las políticas para ajustar nuestro sistema pensional estamos tomando decisiones que afectan, no solo a los colombianos de hoy, sino a los jóvenes, a los niños y a quienes no han abierto aún sus ojos en esta tierra. Por nuestros hijos, por nuestros nietos y por todos los que vendrán después, tenemos la obligación de ajustar este contrato social y adoptar esta tarea con prontitud y con la mayor responsabilidad. 

Muchas gracias.


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